Sin otro motivo que el deseo de tomar algo dulce. Una copita me basta para dar una cabezada sobre mi cojín rojo.
Sueño nada más cerrar los ojos: soy una de esas brujas voladoras que pintaba Goya. "Volaverunt" llevo escrito en la frente, pero no voy en traje de goyesca, yo con el chandal de estar en casa, mucho más cómoda y más moderna.
Soy un dron de carne y hueso, tumbada boca arriba.
El techo se va acercando. Cuando llego me convierto en una pintura al fresco, vienen especialistas y me analizan. Se marchan defraudados, no sin haberse bebido todas las cervezas de la nevera.
Me despierto. Paca se ha apoltronado encima de mi tripa, hecha un reguño. Me mira, dice miá y se da media vuelta para seguir durmiendo.
Creo que todo esto tiene algo que ver con Kafka, pero pasa en Carabanchel y entonces la cosa lleva menos tragedia. O no.
Seguimos.
"...-Yo por mí vale-dijo la Fanny-. Un entretenimiento tampoco viene mal cuando una se pasa la vida estudiando canto. Pero déjate de casorios, ¿eh?
-Hum, esto es muy irregular-dijo el Señor de los Sisones-. No sé qué responder a tu propuesta... Nunca se había dado un caso así en la Historia de la Isla Gregoriana.
-Dése cuenta-dijo Baldomero- de que yo soy muy mañoso y lo mismo le preparo unas migas con chorizo que le arreglo todas las cañerías de la Isla. Esas cosas siempre se descuidan mucho en los lugares mágicos, lo sé yo de muy buena tinta, que tuve un antepasado que trabajó de tapicero en Camelot. Tapizaba sillas, sillones, butacas, mecedoras, descalzadoras y todo tipo de muebles que tenga en mal estado, señora... Uy, perdón, me he dejado llevar por la poesía pregonera. El caso es que no ha habido posaderas más agradecidas que las de los Caballeros de la Tabla Redonda, que nombraron a mi antepasado Aposentador Real... En fin, no quiero extenderme sobre el tema de mi árbol genealógico, el caso es que le puedo dejar las infraestructuras como la patena, si usted quisiera aceptar el régimen de visitas que le propongo.
-Está bien, está bien. Pero con dos condiciones: una es que cuando yo me halle presente guardes absoluto silencio y no des la brasa con esas historietas que cuentas, que no te las crees ni tú.
-¡Hecho!-aplaudió el camionero.
-Y la otra es que quiero comerme una tortilla preparada por la señora Venancia, la mujer más anciana del pueblo. Desde que dejé Villalpando no he vuelto a probarlas y nada he echado tanto de menos en estos años. Tenía la señora Venancia una gallina, la Pikituerta, que ponía huevos mejores que si fueran de oro. Imagino que la gallina ya no existe, pero a lo mejor dejó tras de sí una estirpe avícola en cuyos genes permanecerán aquellas yemas y claras exquisitas, que dieron un sentido nuevo y trascendieron el concepto tortilla hasta convertirlo en ambrosía digna de la divinidad.
-No se preocupe, que yo hago un viaje con la moto y le traigo su tortilla. Encima de esa piedra misma se la dejo-dijo Batman-, pero también tengo mi condición y es que me dejen ustedes tranquilo con sus historias, que yo tengo que seguir mi camino, de manera que aquí nos despedimos y hasta más ver.
Quedaron todos de acuerdo en las condiciones y dijero adiós a Batman, que no quiso intercambiar números de teléfono con el camionero y con Fanny, pero sí direcciones de email. Así, si a Baldomero le daba por ponerse pesado, con meterle en la lista del spam, listo.
Respecto al Señor de los Sisones, todos sospecharon que, por no tener, no tenía ni facebook, de modo que el tema de su dirección electrónica ni siquiera se mencionó.
Y, como era fin de semana y tocaba visita de Baldomero, la primera de ellas, se metieron los tres por detrás de unos cañaverales y alli desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra con caballo, capa, lentejuelas y todo.
Nada más llegar a Villalpando, Batman recibió un correo electrónico en su móvil. Decía:
"Un amigo mío de la mili, llamado Recaredo, perdió el anillo que le había dado su novia pescando truchas en el Sil. Aquella noche se durmió lloroso y acongojado, y eso que había pescado casi mil kilos de truchas, En sueños se le apareció el santo de su pueblo vestido de teniente coronel capellán castrense y le mandó hacerse un tatuaje con el nombre de la chica seguido de un para siempre o cosa parecida. Por venir el mandato de tan altas instancias, lo cumplió. Cuando se lo enseñó a la novia, muy bien escrito sobre su nalga izquierda, la del corazón, ella se puso oronda de puro gusto. Luego le contó que no encontraba el anillo, así como sin darle importancia, pero, claro, ella ya no se pudo enfadar, impactada como estaba por el tatuaje. Agradecido al santo de su pueblo, mi amigo se hizo tatuador voluntario. Tiene el taller en Astorga, al pie de la muralla. Dile que vas de mi parte y te hará rebaja. Besitos, Baldomero."