Pero dejemos un rato a Batman Migueláñez, motero de Parla, entregado a la búsqueda de la mítica tortilla de la señora Venancia. Ël volverá, siempre vuelve. De alguna manera extraña aparece y desaparece de lo que escribo cada cierto tiempo, y la verdad, ya llevamos algún añito juntos. Incluso se vino al Camino de Santiago, pero de esto hablaremos otro día.
Profundicemos en Alejo, el Peter Pan de Ponferrada. Alejo lleva una sirena tatuada en el culo. Esto le convierte en un caballero poco menos que templario, pero al servicio de las damas, nada de Cruzadas y esas violencias. Ahora bien, la cosa no siempre fue así. Alejo tardó digamos en arrancarse. ¿Por qué, siendo guapo y riquillo local? Pronto lo sabremos todo.
"El día de su Primera Comunión, Alejo, niño de Ponferrada, se puso muy malito. Los nervios, así como una monstruosa cantidad de pestiños que su abuela había preparado la tarde antes, y de los que él se atiborró a escondidas en la culpable oscuridad de la noche, le volvieron las tripas del revés. Nada más recibir el cuerpo de Cristo, tuvo que salir corriendo a refugiarse en la sacristía.
La iglesia abarrotada contempló su huida con estupefacción. El cura, que le siguió a toda prisa, le encontró medio escondido en un rincón detrás de una cortina: estaba vomitando.
-Alejito ha vomitado al Señor-explicaría después el sacerdote a la familia-.Lo he visto yo mismo con estos ojos. Yo no quiero decir nada de que le posea el Maligno o cosa semejante, Dios me libre, pobre criatura. Ahora, lo que sí está claro es que nunca atravesará las puertas de la infancia ni se hará mayor, porque su Primera Comunión no vale.
-¡Pobre mío, pobre mío!-clamó su abuela, la de los pestiños-. Y no se echará novia ni se casará, ni nada de nada.
Alejo, que escuchaba atento la conversación, comprendió que sobre él había caído la maldición del celibato: ni su gallardía, ni su buen carácter, ni sus buenas notas del cole lograrian que mujer alguna se fijara en él. Y este destino ya no lo torcía ni el Tato. Pensó: "si mi Primera Comunión no vale porque he vomitado al Señor, seré un Peter Pan de Ponferrada; no creceré nunca jamás. No me casaré con la Julie Christie, mi ídolo, ni siquiera con Karina, mi segundo ídolo. ¡Vaya la que he liado por comer pestiños!"
Con el paso de los años, los hechos fueron confirmando su destino. Como niño eterno que era, se quedó en casa de sus padres hasta bien entrados los cuarenta, no trabajó más que echando una mano a papá en la farmacia por las tardes, y no conoció mujer, primero porque las ponferradinas no eran mucho de darse a conocer aquella temporada, y segundo porque él mismo se retraía, consciente de su maldición.
Así, hasta que en el año 2002 se conectó a internet.
Resultó para él el mejor invento del mundo. En los chats de ligue no debían funcionar las maldiciones porque Alejo, con su nick PeterPonfe, arrasó entre las féminas. Era aparecer conectado y lloverle los privados, muchos con invitaciones descaradas y charlas libidinosas, que él, sin embargo, nunca permitió que salieran del cibermundo. Nunca, al menos, hasta que chateó por primera vez con Julie_Christie. No con la Julie Christie de verdad, obviamente, sino con una joven astorgana que se había colocado este alias después de haber visto en la tele Doctor Zhivago. Aquí Alejito se quedó pillado, enamorado como el colegial que por dentro era y dispuesto a conocer en persona a la muchacha, célibe como él, además de tierna, dulce y candorosa cual una flor de invernadero.
Lleno de temores infantiles pero dispuesto a vivir el amor, Alejo cogió una buena tarde el autobús de línea y se plantó en Astorga. Habían quedado en el centro de la Plaza Mayor y allí se colocó el joven, muy elegante con su traje nuevo y muy atento a su alrededor, no fuera a ser que no le reconociera su amada. El corazón le latía a mil por hora. Casi no podía controlar su inquietud, y, de haber tenido a mano los pestiños de su abuela, allí mismo se hubiera pimplado por lo menos veinte.
Pero las maldiciones son poderosas. Transcurrió media hora, luego una hora entera, y nadie con las señas de la cibernovia apareció.
A Alejo se le vino el alma a los pies y se le hizo cachitos contra los adoquines de la plaza. Después la pena se transformó en alarma, cuando comprobó que encima había extraviado la cartera. Por primera vez en su vida estaba solo y desamparado en una metrópoli extraña, sin saber qué hacer ni adónde ir. Sintió que no quedaba esperanza en el mundo, que aquello era el fin, que su mala fortuna le había derrotado.
-¿Qué haces ahí parado, galán?-dijo una voz de mujer a su espalda-Te llevo observando un rato desde el bar y parece que te hayas perdido, aunque mayorcito ya eres para andar perdiéndote. Si quieres te voceamos por la megafonía del ayuntamiento, a ver si alguien te viene a buscar.
Alejo vio a una mujer ya un poco entrada en años, muy maquillada, con una larga melena rubia teñida, unas botas con estampado de leopardo y un cigarrillo que humeaba entre sus dedos de uñas rojas y kilométricas.
-Señora, no se ría de mí, por favor-le dijo-.Es que he quedado aquí con alguien que me ha dado plantón y para colmo he perdido la cartera. No tengo ni un duro, voy indocumentado. ¿Usted sería tan amable de dejarme telefonear a mis padres para que vengan a recogerme?
La mujer se echó a reir agitando la melena como en un anuncio de champú.
-Anda, buen mozo, vente conmigo-le dijo, cogiéndose de su brazo-, que te voy a invitar a un vinito en la taberna y me vas contando lo del plantón ese que te han dado. Me puedes llamar Karina, así me conocen todos. Ya avisaremos a tus papás más tarde, tú no te preocupes de nada, primor.
Así fue como Alejo, sentado con Karina ante la mesa de una taberna, le relató no sólo su aventura internáutica, sino su vida entera desde que fue maldito. Ella le escuchó con atención y le metió mano con disimulo entre vino y vino, hasta que a Alejo le pareció que la vida se estaba mostrando muy amable y que allí, en Astorga, las maldiciones no debían gozar de tanto poder, ni muchísimo menos, como en su Ponferrada natal.
-Y eso de la maldición del celibato te lo desactivo yo en un plisplás-aseguró Karina-. Lo único que tienes que hacer es venirte a mi casa, que, mira, ya está cayendo la noche y no son horas de andar vagando por esos mundos. Verás, yo soy tatuadora profesional, propietaria del Wendy Tattoo, establecimiento que heredé de mi abuela. El remedio que voy a aplicarte, entre otros, es tatuarte en el trasero una sirena, que me quedan muy chulas. Te la pondré en la nalga izquierda, la del corazón, y no te haré apenas daño, sólo lo imprescindible. Contra las sirenas que yo tatúo no pueden nada los curas, ni las abuelas, ni los pestiños, ni las cibernovias. Así que venga, vámonos a cenar y después ya pensamos qué se nos ocurre para pasar un rato entretenido.
De esta manera, según relatan las crónicas, Alejo, el Peter Pan de Ponferrada, entró por fin en la edad adulta, con conocimiento carnal y sirena tatuada incluídos. Cuando regresó a su ciudad ya no era el mismo que saliera de allí. Parecía hasta más alto y fornido, incluso se había quitado la corbata y desabrochado dos botones del cuello de la camisa.
Un dolor ya casi imperceptible en su nalga izquierda, la del corazón, le recordaba que una sirena le acompañaba para siempre, que la maldición había muerto y que se abría ante él un mundo entero de posibilidades que estaba deseando explorar."