lunes, 15 de enero de 2018

Inspiración



Facundito Hildegardo Leontini es un escritor novel de larga cabellera que vive en mi mismo bloque de viviendas y que jamás omite el detalle de ponerse un cubata junto al ordenador cuando se entrega a su sagrado arte. 

 A ese cubata le siguen varios, aunque no son sólamente para él: la musa de Facundito, rolliza y flamencota, suele aparecer tan sedienta como si acabara de llegar del Sáhara y el joven se ve en la ineludible obligación de darle de beber bien bebida. 

Nada sabe de esto doña Agonalia, la madre de Facundito, a quien a eso de la medianoche oímos gritar a través de la ventana del patio: 

-¡Facundito, no te estés mucho rato que luego viene la factura de la luz como viene! ¡Ay, este hijo mío, qué desgracia más grande, sin oficio ni beneficio! 

Pero los genios no se pueden andar con tontunas eléctricas. Nuestro joven prodigio se afana hasta la madrugada en terminar su novela, la que él sabe íntimamente que será LA NOVELA, la más grande del siglo XXI, la que le va a llevar no menos de diez mil cubatas de Ballantines (hombre, tampoco le vas a dar garrafón a la musa), la definitiva, la que, por insuperable,  quitará las ganas de escribir una línea más  a la Humanidad entera. 

 La pasada noche, sin embargo, ha resultado un noche especial. Desde las sombras del dormitorio, la musa borrachuza ha decidido que tiene ganas de guerra. Es muy solitario el Sáhara, ella todavía conserva las carnes prietas a pesar de sus mil quinientos años largos y el joven escritor, por los pocos trabajos que la vida le dio, está rubicundo y lustroso. De manera que, sin decir oste ni moste, la musa le ha aposentado a Facundito sus curvas generosas en las rodillas, y al joven, poco ducho en artes amatorias, se le ha caído el cubata de la impresión: él ni siquiera tiene definida su identidad sexual, aún no decidió si le ponen las señoras, los electroduendes o el cartero del barrio, ese que siempre llama dos veces. 

Entre un revoltijo de brazos, piernas y otros miembros, se ha consumado el acto. Por ser la musa extraordinariamente fogosa, Facundito se ha quedado derrengado. Duerme una larga cabezada y al depertar se da cuenta con alarma de que el cubata cayó justo sobre las teclas del ordenador.

 El aparato ha muerto. 

Facundito llora, se tira de los pelos, se da cabezazos contra las paredes, maldice su mala estrella y convoca a gritos a  mamá desde la puerta de su habitación. 

-¡Pues llama a casa del vecino informático, a ver si tiene arreglo la cosa, so pelma! ¡Cuándo será el día que te busques un trabajo como Dios manda! 

Y así es como yo, el vecino informático, he entrado en la vida y en la habitación del joven genio. Él mismo, hecho una Magdalena, me ha contado toda su peripecia con los cubatas y la musa. Tanta pena me ha dado, pero de verdad (porque yo, señores, aunque informático soy un sentimental), que he puesto mis cinco sentidos en arreglarle el ordenador. Y no es que yo lo diga, pero mi toque es un toque mágico, ya que poseo mi propia fuente de inspiración. 

 Yo no me empapo en alcohol, no me hace falta, sólo esnifo nuez moscada molida, cosas de informáticos, ahora no me voy a poner a explicarlo, que no quiero cansar a nadie Y no lo comenten mucho por ahí, no quiero que mi madre se entere, pero ha habido un par de noches en que he tenido algo más que palabras con mi musa, que es rubia y como de ciencia ficción o de anuncio de lejía del futuro. 

Cuando he terminado la reparación, Facundito se ha precipitado a revisar sus archivos. A mí la famosa novela me ha parecido un galimatías ininteligible de palabras sin orden ni concierto, pero él se ha puesto como unas castañuelas, ha bailado por toda la habitación y me ha dado las gracias efusivamente, con muchos abrazos y palmaditas en la espalda. 

-¡Oh,sí! Hela aquí,intacta. Es la gran novela del siglo XXI. ¡Soy tan feliz! 

Allí le he dejado, consumiendo electricidad y whisky con coca-cola, entregado a su labor creativa. 

He vuelto a casa. Ella, mi musa rubia y futurista me estaba esperando sentadita en la cama. Después de atenderla como se merece y de un viajecito al armario de las especias  (todo con mucho sigilo, no queremos enfadar a mamá) me he puesto a programar enseguida, lleno hasta arriba de inspiración, la aplicación que cambiará para siempre el universo y por la que seré recordado en todos los libros de Historia de los siglos venideros.