martes, 25 de octubre de 2016

Al final del pueblo




Vivo al final del pueblo, allí donde la calle se convierte en un camino de tierra hacia la nada.

No hay luces en mi casa. Nunca las hubo. Por las noches enciendo velas, pero ni  la cera ardiente borra el olor a viejo de los muros ni las llamitas temblonas consiguen distraer la oscuridad.


Tampoco suele acercarse nadie por aquí. Circulan por la comarca algunas leyendas sobre mi familia, estupideces del vulgo ignorante. Sí, mis parientes tenían aletas en lugar de manos y ocultaban bajo la ropa zonas de su piel completamente escamosas ¿Y qué? También eran valientes cazadores, aguerridos tramperos. En nuestros mejores tiempos, cuando en esta mansión se celebraban  banquetes,  no se veían ni una rata ni una víbora por toda la región.


Luego empezamos a extinguirnos.


Hoy sólo quedo yo entre estas cuatro paredes húmedas que se caen a pedazos. Y en el sótano, la inmensa charca subterránea de la que surgimos hace un millón de años: el cieno donde chapoteo feliz todas las tardes, recordando mi infancia.


Cuando yo me haya muerto, se secará la laguna. Y el mundo, sin nosotros, se habrá convertido en un lugar más pobre y todavía más gris.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Hora del té





Todos los miércoles, el reverendo Pipp acude al cottage de la señora Algernon y la sodomiza sobre la mesa de la cocina.

Con mi telescopio de astrónomo aficionado -que compré a un mercader de la India poco antes de jubilarme del servicio de Su Majestad-, los espío y me regodeo felizmente sin hacer mal a nadie, mientras en la verde campiña de Yorkshire el cuclillo canta y las nubes se levantan.

Mrs. Algernon espera al presbítero ya preparada, muy ilusionada y sin ropa interior alguna que estorbe el airoso movimiento mediante el cual Pipp la vuelve de espaldas, la tumba sobre la mesa, le levanta la falda del vestido azul celeste y procede al acto sin más inútiles preámbulos.

Desde mi óptica (de anteojería) resulta evidente el placer que ambos extraen de la sodomía en cuestión. Si bien al principio Mrs. Algernon vaciló, tanto a causa de sus firmes convicciones religiosas como por el ímpetu temible del reverendo, el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio y cada compás de esta llamémosle danza, compuso la agradable melodía a la que ahora suelo asistir como espectador privilegiado.

El placer de la contemplación no impide mi curiosidad científica: he observado detenidamente el talante sodomítico del reverendo, en orden a clasificarlo por su estilo  y sus orígenes. He concluído que aprendió la técnica en tierras sudafricanas, allá por la Guerra de los Bóers. Tanto la postura como los movimientos me resultan inconfundibles, ya que los ví practicar a muchos camaradas de armas que procedían de Sudáfrica, durante aquellas nuestras largas noches de guardia bajo la romántica luna del Punjab. 

Es un estilo marcial y elegante en su escueta sencillez. Podríamos decir incluso que castrense. Lo decimos, de hecho: es un estilo marcial, elegante y castrense en su escueta sencillez.
Un estilo, en suma, muy sudafricano.

Una vez terminado el acto, tras los oportunos plácemes, agradecimientos y reverencias, el reverendo y la señora Algernon se sientan -ella sobre un cojín- a tomar el té en la terraza. Allí su conversación gira en torno a los heliotropos y las begonias, como dictan las convenciones sociales, y así pasan el rato, tan entretenidos, hasta que  Míster Algernon regresa de su paseo por la campiña.

-Estimado reverendo Pipp,- saluda siempre al entrar,- espero que mi querida Honoria le haya agasajado a usted con nuestros manjares más apetitosos, como usted se merece.

Pipp le contesta sonriente que sí, que se va muy bien agasajado y muy contento con los manjares, y que hasta otra.

A la vista de cuadro tan encantador, en los últimos días me he venido preguntando si resultaría conveniente que me acercara a tomar el té en el cottage de los Algernon.
Lo cierto es que he tenido ocasión de divisar las gordezuelas nalgas rubicundas del reverendo, me he enamorado perdidamente y confío en que se me permita participar en el evento de los miércoles con lo mejor de mí mismo, como las normas de convivencia y buena vecindad aconsejan.

Podemos incluso llegar a formar un pequeño Club de los Miércoles, que sin duda irá aumentando en número de socios participantes a medida que se vayan corriendo las voces por la región.

¡Qué feliz idea y qué bien lo vamos a pasar!