sábado, 8 de septiembre de 2018

Columpio




He viajado a otra dimensión desde el columpio del jardín.

 Resulta que el mundo de ese otro lado es muy parecido a éste, aunque con algunas incongruencias: por ejemplo, está desaconsejada la miel en las tostadas, ya que actúa como un pegamento para la garganta que impide expresarse con elocuencia en los debates. Tampoco se permite mirar al horizonte más de cinco minutos seguidos: es para no fomentar la melancolía ni la añoranza de otros mundos o de otros tiempos. En cambio, se recomienda muy vivamente hacer el pino en las esquinas de los bulevares porque relaja el estrés del centro de la ciudad y además favorece la circulación sanguínea.

En la otra dimensión, mi abuelo no empuja el columpio como en ésta. No puede, sufre una inmovilidad perpetua de su brazo, consecuencia de una herida de cierta guerra que en este lado nunca existió. Sentado en una butaca, dibuja con su garrota formas geométricas en la tierra y me mira sólo de vez en cuando. Es una persona mucho más silenciosa que mi abuelo habitual y parece meditar en secretos muy profundos sobre los que no me atrevo a preguntarle.

A mí me apetece quedarme en el otro lado una temporada, o una tarde entera. Sólo que empiezo a marearme porque estoy como atrapado dentro de mí mismo, igual que si me hubieran doblado y me hubieran metido en una funda que es mi otro yo. La sensación es molesta, de encierro y de inmovilidad, y eso que no he dejado de columpiarme ni un solo segundo.

No resisto mucho rato. Cierro los ojos, me concentro con fuerza en el balanceo y vuelvo a mi dimensión de siempre mediante un golpe de columpio que empiezo yo, pero que, ya en este lado, frena mi abuelo.

-¡Eh!-le oigo gritar-¡No tan fuerte, que te vas a caer!

Luego me comenta que, durante un brevísimo instante, le ha parecido que el columpio no pesaba nada, como si no hubiera ningún niño sobre él. 

Yo me río a carcajadas. ¿Cómo es posible que no se entere de lo que pasa en su propio jardín? Yo no voy a olvidarlo nunca, ni siquiera cuando sea muy viejo y empuje a mi nieto en el balancín. 
O al menos eso creo, puede que dentro de unos minutos no recuerde nada, como sucede con algunos sueños.

En la mesa hay tostadas con miel. Es la hora de la merienda.