Ay, Federico, ¡me da tanta pena que no quieras ser mi novio!.
Un
novio es una cosa estupenda, ¿sabes? Lo presentas a las amigas para que
rabien de la envidia y él te saca de paseo y elogia tu belleza,
comparándote con las diosas de los cuadros, esas a las que les brillan las carnes por efecto de una lluvia de oro mitológica; las que surgen de entre las olas como una chica Bond, enseñándolo todo sin perder una pizca de glamur.
Un
novio te ríe las gracias y te dice que eres la chica más lista y más
guapa del mundo. Que te ama con amor de verdad, como el de las películas. Que nunca ha querido a nadie como a ti. Bueno, tal vez a su mamá.
A su mamá sí, claro, pero después a ti, sólo a ti y a nadie más que a
ti.
Un novio llama al timbre de tu piso, te asomas a la mirilla y le ves ahí, todo trajeado y guapetón en el descansillo de la escalera, con un ramo de rosas en la mano. Son rosas para ti, todas para ti, y te las entregará con una gran sonrisa mientras suena una canción de amor de los años
sesenta en la radio, un rayo de sol, oh, oh, oh.
¡Ay, es que el amor es lo más bonito que nos puede traer
la vida! Pero lo más, lo más, Federico. Por eso a mí me da mucha, pero
mucha, muchísima pena que tú no quieras ser mi novio.
Bueno, me da pena un rato. Después me cabrea.
Hombre, normal que me cabree. ¿Tú qué te has creído? ¿Dónde y de qué vas
a encontrar tú a alguien mejor que yo, más guapa, más inteligente y más
parecida a la diosa de la lluvia de oro de los cuadros del museo?
Federico, si es que
eres subnormal. Y además un tacaño del amor. Y un majadero y un tarado afectivo. Sí, sí, no me mires con esos ojos de corderito degollado, que
te conozco las intenciones. Tú lo que quieres es que me compadezca
de ti y desenchufe la motosierra.
No me mereces, Federico.. Si ya cuando pagué a aquellos sicarios que te dieron la
paliza en el callejón, me dije a mí misma: "Remedios, estás tirando el
dinero tontamente. Este tío no te merece, no vale la pena que hagas este
esfuerzo económico por él". Bueno, no me dije Remedios sino Reme,
porque hay confianza, pero a lo que iba, que ya sabía yo que no
apreciarías, ni siquiera después del palizón, la extraordinaria mujer
que tenías a tu lado. ¿O ya no te acuerdas de con qué cariño y dedicación te recogí
y te curé los moratones?
Un ingrato y un aprovechado, eso es lo que
eres tú.
En fin, acabemos ya con este sufrimiento. Que sepas que yo te perdono de todo corazón,
fíjate si tengo un alma noble. Que no me has querido de novia y, a pesar
de tu crueldad, te voy a dar un muerte rápida y con estética
postmoderna. Estarás de acuerdo conmigo en que es mucho más de lo que te mereces. Pero no, ya veo que ni en este momento
supremo eres capaz de enamorarte de mí ni un poquito, con lo que yo te quiero a
ti, Federico, amado mío.
¡Ay, Federico, cuánto, pero cuantísimo me has hecho sufrir en esta vida!